martes, 10 de enero de 2012

Ajusté el caballete al tamaño del lienzo, en la paleta todo un despliegue de colores, me abroché la bata y cogí el lápiz. Tracé una cuantas líneas que me servirían de guía, el esbozo de una cara, las paredes de una casa, … Tomé uno de los pinceles, por ahora prefería el de mayor tamaño, los detalles llegarían después. Empecé a darle color al lienzo, sin definir demasiado las figuras. Los recuerdos comenzaron a aflorar en mi mente, una pincelada de amarillo sobre fondo rojo, las siluetas de varios cuerpos sentados bajo la luz anaranjada de una farola, el aire fresco de una noche del mes de julio. Un poco más de azul en tus ojos, de blanco en tu cabello, la dulzura reflejada en tu rostro. Enjuagué el pincel, ahora otro más pequeño. Toda una gama de verdes, oscuros y claros, mezclados con tonos rojos, fucsias, amarillos, … una tras otra fueron tomando forma las macetas en los estantes del patio. Líneas ocres dibujando una silla de madera gastada por el paso del tiempo. Más blanco, más y más blanco, luminosidad al amarillo, el sol radiante de una tarde de verano paseando tus calles. Un pincel pequeño, casi invisible, una línea gris fina y precisa, la aguja pespunteando la tela del vestido que luciría en septiembre. Más azul a tus ojos, más blanco a tu cabello…