sábado, 21 de abril de 2012


Me acurruqué entre las sábanas, dos días seguidos sin apenas dormir habían hecho mella. Entre imágenes y colores me iba alejando de todo lo que me rodeaba, hice un esfuerzo y apagué la lamparilla. Un sonido me hizo abrir los ojos, pero aquello no era mi habitación. Subía una calle empedrada, rodeada de un grupo de caras conocidas. Entramos en una cafetería y subimos las escaleras. El día era gris, un gris oscuro, casi negro. Las gotas de lluvia se mezclaban con el agua del mar. Las olas chocaban con fuerza en la madera del muelle. A través de los cristales vimos acercarse un tren cargado de niños. Sus caras eran sonrientes y en sus ojos brillaba la curiosidad de quien se dispone, por primera vez, a conocer los entresijos de una ciudad. La fuerza de las olas era cada vez mayor. Dentro del café, un gramófono comenzó a sonar. Los acordes de aquel tango hicieron a varias parejas unir sus pasos y desplazarse con dulzura de un lado a otro de la sala. El agua del mar empezó a deslizarse lentamente entre los edificios cercanos al puerto, mientras, un hombre accionaba una palanca, poniendo en marcha todo un sistema de engranajes y poleas.

-          ¡Dichoso temporal! – gritaba, a la vez que sacudía la ceniza de su cigarro.

Todo comenzó a girar lentamente, hacia un lado y hacia otro. Salí a la calle, la brisa del mar jugaba con mi vestido mientras yo trataba de abrocharme el abrigo. La ciudad estaba plagada de gente, pero yo caminaba sola. Llegué a tiempo, estabas esperándome. Me senté a tu lado y saqué mi cuaderno. Las páginas se sucedían una tras otra y mis manos se movían cada vez más rápido. Hablabas, contabas historias, reías, te emocionabas, … y yo aprendía. Sonó un teléfono. ¡Eran las tres de la madrugada! Habían pasado casi ocho horas desde que llegué. Ninguno de los dos quiso darse cuenta del tiempo porque, ¿qué importaba el tiempo? ¿Qué importaban el día o la noche? Tus dedos rozaron mi cara y me miraste fijamente. Empecé a temblar, desvié la mirada y salí corriendo. Fuera, el cielo no era gris, ni negro, se había detenido en un eterno amanecer …