Me acurruqué entre las
sábanas, dos días seguidos sin apenas dormir habían hecho mella. Entre imágenes
y colores me iba alejando de todo lo que me rodeaba, hice un esfuerzo y apagué
la lamparilla. Un sonido me hizo abrir los ojos, pero aquello no era mi
habitación. Subía una calle empedrada, rodeada de un grupo de caras conocidas.
Entramos en una cafetería y subimos las escaleras. El día era gris, un gris
oscuro, casi negro. Las gotas de lluvia se mezclaban con el agua del mar. Las
olas chocaban con fuerza en la madera del muelle. A través de los cristales
vimos acercarse un tren cargado de niños. Sus caras eran sonrientes y en sus
ojos brillaba la curiosidad de quien se dispone, por primera vez, a conocer los
entresijos de una ciudad. La fuerza de las olas era cada vez mayor. Dentro del
café, un gramófono comenzó a sonar. Los acordes de aquel tango hicieron a
varias parejas unir sus pasos y desplazarse con dulzura de un lado a otro de la
sala. El agua del mar empezó a deslizarse lentamente entre los edificios
cercanos al puerto, mientras, un hombre accionaba una palanca, poniendo en
marcha todo un sistema de engranajes y poleas.
-
¡Dichoso temporal! – gritaba, a la vez
que sacudía la ceniza de su cigarro.
Todo comenzó a girar
lentamente, hacia un lado y hacia otro. Salí a la calle, la brisa del mar jugaba
con mi vestido mientras yo trataba de abrocharme el abrigo. La ciudad estaba
plagada de gente, pero yo caminaba sola. Llegué a tiempo, estabas esperándome.
Me senté a tu lado y saqué mi cuaderno. Las páginas se sucedían una tras otra y
mis manos se movían cada vez más rápido. Hablabas, contabas historias, reías,
te emocionabas, … y yo aprendía. Sonó un teléfono. ¡Eran las tres de la
madrugada! Habían pasado casi ocho horas desde que llegué. Ninguno de los dos
quiso darse cuenta del tiempo porque, ¿qué importaba el tiempo? ¿Qué importaban
el día o la noche? Tus dedos rozaron mi cara y me miraste fijamente. Empecé a
temblar, desvié la mirada y salí corriendo. Fuera, el cielo no era gris, ni
negro, se había detenido en un eterno amanecer …