Adoro la
tranquilidad de las noches de verano, sentir el aire fresco rozar mi piel tras
el asfixiante calor del día, en el que pasamos las horas cobijándonos bajo la
sombra de cualquier árbol, al amparo de los rayos del sol. La luna cubría de un
gris casi plata las flores del jardín. Me descalcé y avancé hasta el césped.
Dejé mi libro a un lado, encendí la vela del farol y me dejé caer suavemente.
Ante mis ojos se mostraba, majestuoso, un cielo cubierto de pequeños puntos con
un delicado tintineo de luz. Me acordé de tus palabras, muchas habían sido las
noches que habías pasado bajo el mismo paisaje, apenas a unos pasos de donde yo
me encontraba. Recuerdos de una infancia casi olvidada, tan distinta a la mía …
La humedad avanzaba por mi cuerpo, adaptándose a cada uno de sus relieves como
si tratara de tejer sobre él una segunda piel. ¿Qué habría pasado si no
hubieras cogido aquel avión? ¿Si no hubieses estado en ese lugar ni en ese
momento? Una pieza que falta, un reloj que se para, una llave que se olvida, …
pero no, nada de eso sucedió, estuviste allí y yo aquí. Ahora eres tú la que se
queda, mientras que yo, hace tiempo que dejé de existir. Decenas de preguntas
asoman a mi cabeza como ojos curiosos a la espera de la imagen perfecta. Yo,
a su vez, descubro entre líneas el asesinato de la persona equivocada …