domingo, 1 de septiembre de 2013

            Giré la llave despacio y empujé suavemente la puerta. Por la rendija se colaron los últimos restos del aroma a café que cada mañana envolvía la casa. La puerta se cerró de golpe tras mi paso y me dejó sola en aquella fría habitación. Todo estaba oscuro. Abrí las ventanas, pero fuera el día era gris, y las gotas de lluvia forcejeaban contra la fuerza del viento para colarse en el salón. Destapé el piano. El roce de mis dedos con las teclas hizo emitir un sonido casi agónico que congeló mi cuerpo. Volví a cerrarlo. Ni tus gafas ni tu reloj estaban ya sobre la mesa.
           
            Mi respiración era lenta y superficial, apenas audible.

            Me dirigí hacia el dormitorio. El armario estaba vacío. Recorrí con mis dedos cada uno de sus rincones, abrí uno a uno los cajones y volví a cerrarlos. No había camisas ni pantalones. No había zapatos. Nada.

            Mis ojos empezaron a humedecerse y la habitación se cubrió de una espesa niebla. Tuve que apoyarme sobre la pared para no caer, pero mis piernas se debilitaron y resbalé hasta topar con el suelo. Abracé con fuerza mis rodillas y permanecí allí durante horas. Por mi cabeza danzaban felices los recuerdos de días pasados …

            Vuelve …