Giré la llave despacio y empujé
suavemente la puerta. Por la rendija se colaron los últimos restos del aroma a
café que cada mañana envolvía la casa. La puerta se cerró de golpe tras mi paso
y me dejó sola en aquella fría habitación. Todo estaba oscuro. Abrí las ventanas,
pero fuera el día era gris, y las gotas de lluvia forcejeaban contra la fuerza
del viento para colarse en el salón. Destapé el piano. El roce de mis dedos con
las teclas hizo emitir un sonido casi agónico que congeló mi cuerpo. Volví a
cerrarlo. Ni tus gafas ni tu reloj estaban ya sobre la mesa.
Mi respiración era lenta y
superficial, apenas audible.
Me dirigí hacia el dormitorio. El
armario estaba vacío. Recorrí con mis dedos cada uno de sus rincones, abrí uno
a uno los cajones y volví a cerrarlos. No había camisas ni pantalones. No había
zapatos. Nada.
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