sábado, 16 de noviembre de 2013

Julia arreglaba cuidadosamente los pliegues de su falda de cuadros grises, era la primera vez que se la ponía. Años atrás había pertenecido a su hermana, pero ahora le quedaba pequeña y Julia tenía la altura perfecta para poder usarla. Llevaba años soñando con ello. Sus zapatos de charol rojo brillaban al reflejo de las llamas del fuego. El gorro colgaba de la percha que había junto a la puerta. Fue un regalo de su madre por Navidad.
            Pronto llegaría su abuela a recogerla. Se había asomado a la ventana una y otra vez, estaba impaciente por salir a la calle.
            De pronto, vio acercarse a una señora de cabello blanco cubierto por un elegante sombrero verde con un lazo de color gris. Llevaba un abrigo largo y unos zapatos de tacón que hacían resonar sus pasos desde el fondo de la calle. Era su abuela, sin duda.
            Julia se colocó su gorro y abrió la puerta.

            Fuera hacía frío y no dejaba de nevar. Las luces de colores recorrían las calles y el aroma a castañas recién tostadas invadía cada rincón de la ciudad. Julia se detuvo en un puesto, justo al lado de la fuente. El brillo de las manzanas cubiertas de caramelo y chocolate llamaron su atención. Estaban muy bien colocadas, una al lado de la otra, manteniendo una simetría perfecta. Junto a ellas, encontró varias cajitas de lata llenas de caramelos y chocolatinas, cada una con un dibujo diferente, árboles de navidad, paisajes nevados, estrellas de colores, … Le encantaban esas cajas.  

            Delante del puesto de algodón dulce, un señor hacía bailar a una marioneta al ritmo de la música de un acordeón. Se acercaron un poco más y, casi sin darse cuenta, sus pies comenzaron a girar, un paso, dos, tres, … Julia danzaba sonriente bajo los copos de nieve mientras su falda volaba como una cometa arrastrada por la brisa del viento. Sus largos cabellos rizados caían por su espalda, moviéndose de un lado a otro. Por un momento se sintió libre, tanto como uno de los pajarillos que solían posarse en la ventana de su habitación cada mañana.

            Cuando la canción terminó, Julia miró a su abuela. Bajo el sombrero se escondía una cálida sonrisa. Era imposible describir la felicidad que aquella niña llegaba a hacerle sentir …