jueves, 10 de diciembre de 2015

    Sus voces sonaban por todos lados. Gritaban, cantaban canciones navideñas,… Mientras, ella recogía tranquilamente sus libros de la mesa y los colocaba ordenadamente en su mochila. Aquella mañana no quiso desayunar, así que su madre le había mandado uno de los bollos de aceite que habían hecho en casa la tarde anterior. Bajó al patio y se sentó junto a la fuente del fondo. Sus compañeros corrían de un lado para otro y hacían cola para subirse a la palometa. Despacio, saboreaba aquel dulce con aroma a naranja y a miel.

    Había llegado su turno, se levantó y se dirigió al lugar donde estaban los columpios. Subió a uno de los balancines y empezó a coger impulso. Sus trenzas volaban hacia un lado y hacia otro y su falda se levantaba con cada movimiento. Entonces, soñaba…
   Aquella tarde, ayudaría a su hermana a poner el árbol de Navidad y leería el nuevo libro que, cuidadosamente, había escogido en la biblioteca. Le impresionó el dibujo de la portada y, por ello, decidió llevárselo a casa. Cada libro era una historia, una aventura nueva que vivir, personajes que se colarían en su vida durante un breve periodo de tiempo.

   Añoraba aquellos años y el calor de la chimenea siempre encendida.

   Ahora, pasea su maletín cargado de sueños por desconocidas calles…


jueves, 17 de septiembre de 2015

Dejad que la luna me bañe de plata e ilumine mi rostro.
Dejad que en mis oídos resuenen sus zapatos, que su taconeo atraviese las tablas y mis pies sigan el ritmo de sus pasos.  
Dejad que vea al sol posarse en sus balcones y a los pajarillos cantarles a sus fuentes.
Dejad que el sonido de su guitarra se mezcle entre volantes de colores.
Dejadme pasear sus calles y que el olor a jazmín inunde mi alma.
Dejad que la admire esta serena noche, que mis ojos recorran sus jardines, sus luces, y que el frescor de sus aguas calme este fuego que me arde por dentro.
Dejadme que llore, que hoy he vuelto a verla.
Pero no sequéis mis lágrimas que no es pena lo que siento, sino alegría y grandeza por estar a su vera.
Y cuando me vaya, decidle sólo una cosa… ¡Qué la echo de menos!


viernes, 17 de abril de 2015

             El cielo vestía de un gris oscuro, casi negro. El viento azotaba con fuerza las ya desnudas ramas de los árboles. Allí estaba él o quizás ya tan sólo un espectro de lo que había sido. Sus tejas apenas se sostenían y los palos de madera que las sujetaban habían dejado de tener fuerza. Sus brillantes paredes eran ya tan solo abrigo de humedades y hollín. Pero tú seguías dentro, te arrastrabas despacio por el escenario, tropezando y volviendo a levantarte, representando una función que nuca debió comenzar, una escena que no fue escrita para ti.
            Los caminos eran escarpados y el frío me cortaba la cara. Nadie te había visto, nadie conocía aquel teatro. Pero yo sabía que existía y que tú estabas dentro.
            Por las ventanas ya no entraba luz, se habían cubierto de telarañas y de hojas secas. Tus piernas pesaban más cada día, no te gustaba aquella obra ni aquel escenario, pero la función no llegaba a su fin.
            Seguía perdida, vagando por las calles, girando en cada esquina, recorriendo largas avenidas desiertas, donde el único ruido que se escuchaba era el del motor de un coche a toda prisa. Nadie me escuchaba, nadie quería mirarme ni decirme dónde estabas.
            Las maderas de aquella puerta crujieron y el estruendoso ruido te hizo volver la vista. Eran ellos sí, y habían venido a buscarte. Cientos de peldaños te separaban de la puerta, no sabías si serías capaz de llegar. Desataste las cuerdas que te amarraban con fuerza a aquella silla y bajaste del escenario.
            Todos los caminos me llevaban al mismo sitio. La desesperación y las lágrimas empezaron a apoderarse de mí, necesitaba verte, recordarte las noches de verano contando estrellas, necesitaba decirte que me encantaba dormir mientras tú leías en la cama, quería verte sonreír de nuevo y que me enseñaras a correr …
            Los peldaños eran cada vez más altos y tus piernas débiles, pero estabas decidida. Ellos no podían bajar, pero te sonreían en la distancia, estaban muy orgullosos de ti y sabían que era tarea tuya llegar hasta allí.
            Había dado mil vueltas por el mismo sitio, pero nunca había pasado por aquella calle. Era estrecha, de trazado tortuoso y suelo húmedo. Comencé a seguirla despacio, ayudándome de las rejas de las ventanas para no resbalar. Nada importaba caer ahora, sabía que iba en la dirección adecuada.
            Un peldaño más, otro y otro … Quedaba poco ya, casi podías acariciar sus rostros y sí, eran tal y cómo los recordabas, como habían sido siempre.

            Por fin conseguí llegar al final de la calle y allí estaba, el teatro que tanto había buscado. Con el último aliento que me quedaba empecé a correr. El deseo de llegar minaba el dolor que sentía en mis piernas. Empujé la pesada puerta, que volvió a crujir de nuevo. Estabas allí, lo habías conseguido, llegaste arriba y ellos te estaban abrazando. Te miré despacio y tu mirada se fijó en mí. Las lágrimas resbalaban de nuestros ojos buscando perderse en la infinidad de aquel sombrío lugar. Había sido duro, pero ambas sabíamos que, desde aquel momento, nada volvería a separarnos …



sábado, 10 de enero de 2015

-          Dime, ¿qué ves ahí?

-          ¿Dónde?

-          Ahí, a tu alrededor.

-          ¿A mi alrededor? No sé, apenas veo nada. Tan sólo una tenue luz. Veo el reflejo de lo que podría ser un hogar, pero le falta algo…

-          ¿Y qué es ese algo?

-         No sabría explicártelo muy bien. Se trata de un hogar en el que los días se detienen. Es como si el tiempo quedase atrapado entre unos barrotes, como si se tratase de una celda y, durante ese encarcelamiento, todo es oscuro, los segundos se mueven despacio y cada uno es similar al anterior. Veo soledad, oscuridad, frío, …

-          ¿Es siempre así?

-   No, hay momentos en los que todo cambia y ese hogar ya no es el mismo. Hay momentos de intensa luz, como si los rayos del sol emergieran de sus propias paredes, de felicidad, de alegría, … momentos en los que cada rincón parece tener vida. Pero son tan efímeros, tan fugaces, que apenas puedes saborearlos y cada día que pasa, la agonía es mayor, de tal forma que tu ansia por vivirlos se hace aún menos llevadera …

-          ¿Sabes una cosa? Creo que necesitas salir de ahí …

-          Sí, yo también lo creo …