viernes, 17 de abril de 2015

             El cielo vestía de un gris oscuro, casi negro. El viento azotaba con fuerza las ya desnudas ramas de los árboles. Allí estaba él o quizás ya tan sólo un espectro de lo que había sido. Sus tejas apenas se sostenían y los palos de madera que las sujetaban habían dejado de tener fuerza. Sus brillantes paredes eran ya tan solo abrigo de humedades y hollín. Pero tú seguías dentro, te arrastrabas despacio por el escenario, tropezando y volviendo a levantarte, representando una función que nuca debió comenzar, una escena que no fue escrita para ti.
            Los caminos eran escarpados y el frío me cortaba la cara. Nadie te había visto, nadie conocía aquel teatro. Pero yo sabía que existía y que tú estabas dentro.
            Por las ventanas ya no entraba luz, se habían cubierto de telarañas y de hojas secas. Tus piernas pesaban más cada día, no te gustaba aquella obra ni aquel escenario, pero la función no llegaba a su fin.
            Seguía perdida, vagando por las calles, girando en cada esquina, recorriendo largas avenidas desiertas, donde el único ruido que se escuchaba era el del motor de un coche a toda prisa. Nadie me escuchaba, nadie quería mirarme ni decirme dónde estabas.
            Las maderas de aquella puerta crujieron y el estruendoso ruido te hizo volver la vista. Eran ellos sí, y habían venido a buscarte. Cientos de peldaños te separaban de la puerta, no sabías si serías capaz de llegar. Desataste las cuerdas que te amarraban con fuerza a aquella silla y bajaste del escenario.
            Todos los caminos me llevaban al mismo sitio. La desesperación y las lágrimas empezaron a apoderarse de mí, necesitaba verte, recordarte las noches de verano contando estrellas, necesitaba decirte que me encantaba dormir mientras tú leías en la cama, quería verte sonreír de nuevo y que me enseñaras a correr …
            Los peldaños eran cada vez más altos y tus piernas débiles, pero estabas decidida. Ellos no podían bajar, pero te sonreían en la distancia, estaban muy orgullosos de ti y sabían que era tarea tuya llegar hasta allí.
            Había dado mil vueltas por el mismo sitio, pero nunca había pasado por aquella calle. Era estrecha, de trazado tortuoso y suelo húmedo. Comencé a seguirla despacio, ayudándome de las rejas de las ventanas para no resbalar. Nada importaba caer ahora, sabía que iba en la dirección adecuada.
            Un peldaño más, otro y otro … Quedaba poco ya, casi podías acariciar sus rostros y sí, eran tal y cómo los recordabas, como habían sido siempre.

            Por fin conseguí llegar al final de la calle y allí estaba, el teatro que tanto había buscado. Con el último aliento que me quedaba empecé a correr. El deseo de llegar minaba el dolor que sentía en mis piernas. Empujé la pesada puerta, que volvió a crujir de nuevo. Estabas allí, lo habías conseguido, llegaste arriba y ellos te estaban abrazando. Te miré despacio y tu mirada se fijó en mí. Las lágrimas resbalaban de nuestros ojos buscando perderse en la infinidad de aquel sombrío lugar. Había sido duro, pero ambas sabíamos que, desde aquel momento, nada volvería a separarnos …