Dejad que la luna me bañe de plata e ilumine mi rostro.
Dejad que en mis oídos resuenen sus zapatos, que su taconeo
atraviese las tablas y mis pies sigan el ritmo de sus pasos.
Dejad que vea al sol posarse en sus balcones y a los
pajarillos cantarles a sus fuentes.
Dejad que el sonido de su guitarra se mezcle entre volantes
de colores.
Dejadme pasear sus calles y que el olor a jazmín inunde mi
alma.
Dejad que la admire esta serena noche, que mis ojos recorran
sus jardines, sus luces, y que el frescor de sus aguas calme este fuego que me
arde por dentro.
Dejadme que llore, que hoy he vuelto a verla.
Pero no sequéis mis lágrimas que no es pena lo que siento,
sino alegría y grandeza por estar a su vera.
Y cuando me vaya, decidle sólo una cosa… ¡Qué la echo de
menos!