domingo, 16 de junio de 2019

   
  
     Esta noche has vuelto a visitarme, con tu pelo casi rubio y tu tímida sonrisa. Apenas contarás nueve años de edad. Creo que te acompaña alguien, pero no soy capaz de reconocerlo. Intento corresponderte con otra sonrisa, quiero que sientas que estoy feliz de verte y, sin embargo, solo consigo unas cuantas lágrimas. Sé que tu presencia es efímera, que cuando despierte no estarás y que mi almohada volverá a estar empapada, una noche más ... Me levantaré e iré a trabajar como cada día, como si nada hubiese pasado ... 
     Nos emocionaremos, pasearemos, lloraremos, nos ilusionaremos y hasta reiremos, preguntándonos cómo es posible que la vida siga si a ti te la arrebataron, pero no encontraremos respuesta o, al menos, no la que nos gustaría. Y trataremos de girar hacia atrás las manecillas del reloj, aún sabiendo que nada de lo que se va vuelve, ni el tiempo ni las personas. Y lucharemos por frenar un vacío que cada día se hace más grande y por paliar un dolor que es mezcla de impotencia y rabia, y entonces sacaremos tus fotos y escucharemos tu voz para ilusionarnos, por un instante, con el dulce engaño de tu presencia, esa que cada día se hace más necesaria ...



sábado, 1 de diciembre de 2018

     Lástima que aquella bala no hubiese atravesado su pecho. Unos segundos de dolor y todo hubiese sido más fácil, pero no, fue solo un rasguño, apenas un fragmento de piel que pronto recuperaría, ni un resto de sangre. Tantas heridas en tan poco tiempo y ninguna lo suficientemente grande como para acabar con ella ...
     Qué le importaban ya las luces, si había una que jamás volvería a brillar. Todo quedaría en un ir y venir de platos y copas, en un brindis vacío por un anhelo imposible. La estrepitosa huída de años de felicidad que no volverían a repetirse.
     Qué supondría ya volver a reunirse a la mesa si había una silla que jamás ocuparía su hueco, una sonrisa que se había apagado demasiado pronto. ¿Por dónde volarían los pensamientos? ¿Con qué recuerdo se irían a dormir esa noche? ¿Qué manos acariciarían su rostro? No, ya no tenía sentido imaginarlo, ya no habría cincuenta años que celebrar, ya solo habría tiempo para añorar lo que podría haber sido y nunca llegaría a pasar ...


domingo, 3 de junio de 2018

     El brillo de sus zapatos auguraba que aquella sería una gran noche. Decenas de parejas paseaban a orillas del lago mientras el sol teñía de un cobrizo intenso sus aguas. Solo una suave brisa lograba perturbar la quietud de aquel atardecer del mes de Junio.


     Lucy había colocado una flor en su pelo. Los volantes de su vestido ondeaban con alegría al más mínimo atisbo de movimiento en sus caderas. Por fin, la noche se hacía con la ciudad y, uno a uno, los músicos iban llenando el escenario. Lucy vio pasar todo un desfile de trompetas, clarinetes, saxofones, ... y un sinfín de instrumentos que se iban agrupando en torno al piano. La pista de baile comenzaba a llenarse, había llegado el momento que tanto deseaba. John la miraba desde el otro lado de la plaza. Hoy lucía su mejor pajarita y los tirantes que ella le había regalado para la ocasión. Al micrófono, un hombre menudo de tez oscura y voz seductora anunciaba a los asistentes que el Festival de Verano de Swing daba comienzo. Los pistones de las trompetas empezaron a moverse y el resto de instrumentos comenzaron a seguirlos, despertando el movimiento de brazos y pies de unos bailarines que ansiaban deslizarse por aquella pista de baile y dejarse llevar por la embriagadora música que sonaba por doquier.

     Desde las terrazas de bares y restaurantes, cientos de curiosos disfrutaban de aquella escena y muchos se atrevieron a probar con aquellos movimientos imposibles.

     “Cuando bailaba se sentía libre”, eso era lo que pensaba Lucy cada vez que calzaba sus zapatos y comenzaba a moverse, junto a John, al ritmo de aquellos compases. Parecía como si el tiempo se hubiese detenido, como si todo lo que le preocupaba se hubiera esfumado de golpe. No había miedos ni dudas ni lágrimas. En ese momento, sólo existían John y ella.

     Lucy deslizaba sus pies con soltura, sonreía y giraba, una y otra vez, rodeando a John, quién  seguía sus pasos con dulzura. El Festival sólo duraría tres días, pero aquella noche permanecería en su cabeza toda la vida ...



domingo, 7 de enero de 2018


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Sal al balcón, que aún están las luces encendidas y riega la fuente los geranios. Sal, que corretean los niños por la calle y ruedan las canicas en el parque.
No cojas tu abrigo, que queda champán en la copa y suena aún la guitarra. Déjalo, que no has bailado el último compás y espera el mantón colgado.
No cierres los ojos, mira que aún está el fuego encendido, ni limpies el carmín de tus labios, que aún no lo has besado.
No te despidas de ella que no has llegado y seca tus lágrimas que los pájaros ya volaron y ahora vuelven a posarse sobre su suelo mojado.
No digas que te fuiste que vuelves cada noche por el camino ya andado, cubriéndolo de flores, semillas y llanto.

Sal niña al balcón y guarda su recuerdo en tu mano. 



lunes, 26 de septiembre de 2016

            Aquello no se parecía en nada a lo que ella había imaginado. Las habitaciones eran frías y húmedas y los pasillos solitarios. Escasos eran los rayos de sol que se atrevían a colarse por las desgastadas ventanas. El patio estaba casi siempre vacío y resultaba difícil escuchar alguna voz, aunque fuese lejana.
            Carlota acudía a clase cada día, pero nadie se sentaba en su pupitre. El resto de estudiantes la miraban con cierto recelo. Nunca un saludo, nunca una sonrisa.
            Los días pasaban despacio, más de lo que ella deseaba, y cada uno era igual al siguiente. Se sentía sola entre toda esa gente. Aquel no era su sitio … Añoraba las tardes de paseo con sus amigos, las risas, la humeante taza de chocolate de los días de lluvia, incluso el estruendoso ruido del último tranvía que siempre acababa despertándola.
            Un día, sentada en su cama contemplando viejas fotografías, se le ocurrió que quizás pudiese traer esos recuerdos a su habitación. Entonces, saltó de la cama y se dirigió al cajón donde guardaba las acuarelas y las barras de pintura pastel y comenzó a dibujar cada uno de los rincones preferidos de su ciudad. El aljibe, el río, las montañas nevadas, … todos fueron dando vida a las paredes de aquella habitación.

            Cada tarde, Carlota preparaba una taza de té, se sentaba en la ventana y observaba detenidamente cada uno de los dibujos. El olor a esencias y las maravillosas vistas la hacían sentirse en casa …


domingo, 7 de agosto de 2016

    Hectáreas de campos de trigo y algunos girasoles quedaban atrás mientras la locomotora no dejaba de rugir. El humo del tren se disipaba entre  las escasas nubes de aquella tarde de verano. Dentro del vagón, un libro me acompañaba en las interminables horas de viaje. El calor era asfixiante y  yo estaba ansiosa por llegar. Por unos minutos levanté la vista de aquellas páginas. Junto a mí, una madre enseñaba a reír a su hija mientras arreglaba, uno a uno, los impecables pliegues de su falda roja. La pequeña lo intentaba, pero la miraba temerosa, sacudiendo sus guantes y dibujando una mueca de tristeza en su rostro.
     El mes de julio había avanzado tan rápido, parecía como si solo hubiese pasado una semana desde la última vez que vi a mis compañeros tumbados en aquel parque a la salida de clase. Ahora sólo pensaba en ella y en los días que quedaban por delante para disfrutarla …
    El tren se detuvo bruscamente y tuve que agarrarme fuerte para no caer. Mi maleta pesaba demasiado, como cada año. Esta vez no estaba esperándome en la estación, sería una sorpresa … Caminé por las empinadas calles admirando las flores que decoraban los balcones y ventanas a ambos lados hasta que llegué a la puerta. Solté mi maleta y me detuve a mirarla. Sus paredes de piedra seguían impecables, imperecederas al paso del tiempo. La abuela había decorado la fachada con plantas de todo tipo y había vuelto a barnizar la madera de la puerta. Toqué despacio, pero no hubo respuesta. Un poco más fuerte después y, tras el chirrido de la puerta asomó una dulce señora de ojos azules y cabello blanco. Aún recuerdo la calidez de aquel abrazo y como las lágrimas resbalaban por mis mejillas mientras ella me decía que pensaba que aquel verano no lo pasaría a su lado …
    La casa consistía en un patio interior, cubierto de una enorme cristalera que se había vuelto translúcida con el paso de los años, rodeado de habitaciones distribuidas en dos plantas. Los suelos eran de piedra y los techos quedaban atravesados por cuidadas vigas de madera. En un lateral del patio, se encontraba la escalera de acceso a la segunda planta que dibujaba un bonito corredor. Detrás de la casa aguardaba un acogedor jardín lleno de macetas, pájaros y un pozo. Un pequeño caminito de piedras conducía a unos cobertizos donde se guardaban todos los aperos de labranza y, años más tarde, también nuestras bicicletas.
     Mientras colocaba la maleta en mi habitación, la abuela preparó una merienda en el jardín. Bollos de aceite, zumo, té, chocolate, y un sinfín de cosas más dispuestas sobre un impoluto mantel de encaje blanco.
     El año había sido duro. Días de lluvia, nieve y frío la obligaban a permanecer en casa durante semanas seguidas. La llegada de la primavera supuso un soplo de aire fresco. Salía cada mañana a barrer la puerta, a refrescarla con agua y, cuando el sol aún no había despuntado, cogía su cesta y bajaba al mercado.
    Junto a su mecedora, estaba la pamela de flores que me regaló para mi cumpleaños hace casi tres veranos. Subí a mi habitación y me cambié de ropa, un vestido sencillo y unas zapatillas blancas. Con cuidado, recogí mi cabello en una trenza y me coloqué la pamela. Al fondo del cobertizo estaban las bicicletas. Saqué la de la abuela y la mía, le quité un poco el polvo y ajusté el sillín. Cuando la abuela salió al patio sonrío – dame unos segundos, dijo – y al poco tiempo apareció también con un sombrero y unas zapatillas. Como si el tiempo no hubiera pasado, recorrimos caminos rodeados de almendros y olivos mientras la brisa refrescaba nuestros rostros. Nos detuvimos junto al río, mojando las manos y la cara, y vimos al sol perderse entre las montañas.
   Los días pasaban demasiado rápido, pero pasaban. Ahora no hay bicicletas. Casi no hay veranos …


miércoles, 23 de marzo de 2016

Ven aquí conmigo y cierra los ojos, te contaré qué veo...  
Son sus montañas las que se recortan en el horizonte. Brillan sus cumbres al reflejo del sol. Y su aroma… mmm, puedo oler ese aroma a pino húmedo como si acabase de llover.
Florecidos están los almendros, adornando unas paredes que sobreviven majestuosas al paso del tiempo. Se escuchan risas y voces. Se escuchan pasos.

Mírame, estoy sentada junto al río. Amanece un día estupendo, de nuevo, vuelve a salir el sol. Debí de hacerte caso, debí ponerme el vestido de flores que es más fresco. ¿Ves cómo relucen mis zapatos rojos? No dejo de agitar las piernas, no dejo de sonreír … ¿Sabes? Te diré una cosa, sólo si prometes no decírsela a nadie. Aquí soy feliz …
Detrás de mí, hay un niño que corre tras las palomas mientras su madre grita y acelera el paso. Ha vuelto a tropezar.
¿Y tú?, te has quedado atrás, escuchando los violines, tambores y timbales. ¡Corre – te grito desde lo lejos - o se nos hará tarde!, los jardines no son iguales sin la luz del sol. Además, tienes que enseñarme a bailar, junto a la fuente, ¿recuerdas?

¿Por qué me miras así? ¿Qué te atormenta? ¿Acaso no somos nosotros los que paseamos? ¿No es tu mirada la que reluce entre esos árboles? ¿No son las piedras de sus calles las que se clavan en mis pies?
¡Vuelve a cerrar los ojos, hazlo con fuerza, y dime que todo lo que veo no existe! ¡Dímelo!
¡Dime que no es el sonido de su campana el que escucho cada noche! ¡Dímelo y seca mi llanto!
¡Dímelo! ¡Dime si es ésto locura! Y si es así, ¡déjame cerrar los ojos y enloquecer cada día …!