martes, 19 de julio de 2011

Entré en aquella cafetería, fuera nevaba y hacía un frío espantoso. Me senté en una mesa pequeña que había en un rincón, justo al lado de la cristalera. Mis pies estaban mojados y notaba mi cuerpo rígido como una barra de hierro. Poco a poco me fui despojando de mi abrigo, mis guantes, mi bufanda … Pedí un té, necesitaba algo que me hiciera entrar en calor. Mientras, me dediqué a observar a la gente, unos hablaban, otros fumaban a la vez que leían el periódico, había algunos que, incluso, miraban la televisión. Tantas historias escondidas detrás de aquellas personas, tantas vidas desconocidas … Traté de imaginarme a qué se dedicaban cada uno de ellos, qué les gustaba hacer y qué no, qué conversaban y cuáles eran sus intenciones. Pude ver algún que otro coqueteo, caras de sorpresa, de aburrimiento, … Poco a poco mi cuerpo se iba calentando y la taza de té estaba cada vez más vacía. Miré a través de la ventana, no tenía ninguna gana de volver a la calle, me gustaba estar allí, rodeada de esas personas extrañas a las que yo había metido en una vida que probablemente no les correspondía, pero que habían conseguido acompañarme en aquella tarde gris. Las agujas del reloj giraban rápidamente, recogí mi carpeta y mi ropa, era hora de salir de allí.

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